miércoles, 26 de enero de 2011

El perro más pequeño del mundo

Suelo evitar escribir en el blog situaciones de mi vida demasiado personales, quizá por mi carácter reservado y por un cierto apego a la privacidad. Pero cuando hoy te he visto tumbado y temblando de frío sabía que debía despedirme de ti. Has agradecido mi caricia levantando pesadamente la cabeza, tratando de recoger mis lágrimas silenciosas. Mientras te daba un beso he recordado la primera vez que te vi. Tenías una semana de vida y mi tío te trajo metido en el bolsillo de su camisa. Apenas sobresalía una cabecita negra como el tizón con los ojos cerrados. Nunca había visto un perro tan pequeño. Pensé que eras el perro más pequeño del mundo. Y recuerdo también que tu cuna era una caja de zapatos donde dabas tus primeros pasos. Mi tía te alimentaba con un biberón porque tu madre no podía dar de mamar a los diez cachorros, y tú naciste el último.

Lo más terrible es el silencio, los lugares vacíos, tu rastro en los rincones como pecios de un naufragio. Las sombras de las plantas del jardín, movidas por el viento, me engañan y me hacen creer que eres tú. Pienso que nunca ha faltado el día en estos quince años en el que no vinieras, veloz, a recibirme cada vez que me veías entrar. Y cuando la ceguera te lo ha impedido, tambaleándote te acercabas hasta mí porque me olías y no querías dejar de venir. Quince años...Contigo siento que ha desaparecido el último hilo de mi infancia.

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