lunes, 13 de agosto de 2007

La luz prodigiosa


Granada, 1936. Un pastor descubre entre un grupo de fusilados, un cuerpo todavía con vida. Después de recogerlo y cuidarlo, el pastor deja al moribundo al cuidado de Sor Ángela. En 1980 el pastor regresa a Granada y le sigue la pista al hombre moribundo que recogió, que ahora vagabundea por las calles de la ciudad.

La obra cinematográfica que adapta la obra homónima literaria de Fernando Marías (autor también del guión) carece en muchos puntos de una razón de ser que no sea la puramente formal. Es inevitable, para los que la hemos leído, comparar el film con la novela, y más inevitable es si tenemos en cuenta que el propio autor es el guionista. Resulta tristemente cierto comprobar que los puntos más interesantes de la novela, aquellos que analizaban el sentimiento de culpabilidad del protagonista, aquellos que mostraban una obsesión cada vez más insoportable, una búsqueda frustrada a través de los años que iba apareciendo cada vez que el ánimo del protagonista se desvanecía, han desaparecido. En la película, toda profundidad psicológica se ha reducido considerablemente, mostrando una superficialidad de personajes y situaciones muy poco atractiva.

Quizá por esa superficialidad el relato avanza en otra dirección, más secundaria en mi modo de ver, a la de la novela. El objetivo aquí no es la frustración y el sentimiento de culpa del que hacíamos referencia más arriba, sino la identidad del hombre salvado por el pastor. Una identidad, importante manifiestamente, pero secundaria en el fondo. ¿Qué más da quien sea ese hombre? El lastre del mcguffin hitchcockiano mal utilizado, ya que ni crea emoción ni tensión, a mitad de película (los menos avispados) ya saben de quién se trata. Y eso lleva a una dificultad a la hora de escribir la sinopsis, pues no puedes citar la identidad del vagabundo, ya que destrozarías la mitad de la película.

Sin embargo, comienza de forma muy ágil. Unos planos subjetivos de un pelotón que se dirige a un espacio para, presumimos, fusilarles. Un tiro al objetivo de la cámara y pasamos a una elipsis que muestra al pastor Joaquín encontrando la pila de cuerpos y uno de ellos con vida. Después de este inicio, el film se pierde entre flashbacks introducidos por un relampagueo bastante molesto y artificioso, flashbacks que podríamos llamar gratuitos, pues no hubiera modificado en nada la interpretación del film si se los hubieran ahorrado y la narración hubiera sido cronológica.

Las interpretaciones siguen la tónica general de lo ya visto. Alfredo Landa poniendo cara de Alfredo Landa, un personaje creado por él mismo a lo largo de los años del cual toma las riendas cuando el director no es capaz de apaciguarlo. Nino Manfredi, en su última película, perdido entre millones de tics faciales, aguanta como puede el tipo. Kiti Manver, puro desparpajo, asume un personaje muy secundario en realidad, creado expresivamente para la película.

La luz prodigiosa se ha transformado en una película para todos los públicos. Joaquín pierde aquí la soledad de la novela, su independencia social que le amarga la vida, su afición por el alcohol y las putas. Se convierte en un personajillo gracioso y entrañable, nervioso y algo torpe. La amargura del viejo amante de la soledad cuyo complejo de culpa no le deja vivir con un cierto respiro, desaparece por completo. ¿Por qué el guionista ha adaptado su novela de esta forma tan poco estimulante? ¿Por qué, pese a confesar en una entrevista que había desarrollado unas treinta variaciones de su novela, se ha quedado precisamente con este guión?.

La narración avanza de tópico en tópico. Primero, la llegada de Adela (Kiti Manver) en un coche rojo, con el resultado (podemos añadir de machista) de arrollar un cubo de basura. Este detalle, poco interesante ya de por sí, se hace incómodo gracias a la posición de la cámara. Predecible es decir poco cuando arrimas la cámara al cubo de basura y observas, en segundo término, cómo un coche rojísimo (para ser menos discretos, suponemos) avanza en dirección al mismo. Las escenas en las cuales se van descubriendo, a zancadas, la identidad del vagabundo son también del todo predecibles: se acerca a un piano, donde se había dado anteriormente un concierto de Albéniz, y empieza a tocarlo; llora tímidamente ante un documental de Dalí; llegando a la cumbre del mal gusto en la escena en que el vagabundo se acuesta con Joaquín y le pone la mano en el regazo…a Joaquín se le disipan las pocas dudas que tenía sobre la identidad del vagabundo.

Por todo lo dicho, La luz prodigiosa es una película mediocre que hubiera tenido mucho más interés de seguir la senda novelística y profundizar más en los personajes, en vez de en la anécdota. Y lamentar que no se podrá disfrutar de esa luz del amanecer en el viaje en tren de un periodista pensativo ante la historia que le acaba de contar un anciano borracho.

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