sábado, 11 de agosto de 2007

El circo de los vampiros



Después de matar al conde Mitterhouse, el vampiro que aterrorizaba a todo el pueblo de Stettel, llega un circo ambulante a la misma zona, devastada por una maldición. En el circo trabaja el primo del conde, también vampiro, que se vengará de todos los habitantes del pequeño pueblo.

Sin duda alguna, ésta es una de las películas con más sabor “experimental” de la última época de la Hammer, a principios de los setenta. Digo experimental por el intento de dar originalidad al argumento desde el comienzo. En un magnífico prólogo, directo al grano, vemos como una niña es llevada por una misteriosa y atractiva mujer hasta las fauces del vampírico conde (¿por qué siempre los vampiros son condes?) Mitterhouse. Poco después, una horda de enfurecidos ciudadanos entra en la cripta del conde y le dan sangrienta muerte. El conde maldice a los ciudadanos: “la sangre de vuestros hijos me devolverá la vida”. Años después un misterioso circo ambulante llega al pequeño pueblo, aislado por la peste.

Aquí los vampiros ya no se contagian los unos a los otros, ahora son capaces de aparearse y procrear vástagos. El erotismo, presente en numerosas producciones del estudio británico, más o menos desde Countess Dracula, aquí no es tan abundante. Es posible que por eso la película tuvo poco éxito, pese a algunas soluciones visuales bastante acertadas. No obstante, lo efectos especiales son de una sencillez que a algunos les pueden parecer cutres, pero a mí me parecen encantadoramente simples y eficaces, muchos de ellos basados en el cine de Méliès.

Por desgracia, todo el esfuerzo de dotar a un film de género, previsto como un encargo, con un atisbo de originalidad se va al traste con algunos diálogos que dan vergüenza y un personaje antagónico hecho de ladrillo y contrachapado, con una mirada de alelado que no expresa ni la amenaza ni la sensualidad que debería mostrar su personaje.

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