domingo, 27 de noviembre de 2011

El Gran Dictador - Charles Chaplin

Da una pereza tremenda decir cualquier cosa de esta película. Imagino que la misma que le daría a cualquiera que se pusiera a escribir sobre la luna o la belleza del mar. ¿Existe alguien que no haya escuchado el discurso final? Incluso ahora se ha recuperado de la manera más patética y banalizadora.

Hablaré entonces de lo que más me interesa, el camino que lleva a rodar esta película en 1940, en un país con grandes grupos de presión contrarios a cualquier crítica sobre el nazismo imperante en Europa. Y es que en 1937, cuando Chaplin modificó el guión que estaba escribiendo sobre Napoleón para focalizarlo en la figura de Hitler, un aluvión de coacciones casi le hacen abandonar la producción del film. Tanto Rockefeller como Morgan, grandes magnates, prohibían cualquier alusión a la guerra en Europa o en Asia. Cuando en 1939 se estrenó, milagrosamente, la película de Anatole Litvak, Confesiones de un espía nazi, probablemente la primera película crítica con el nazismo, la prensa de Hearst hizo un llamamiento a través de sus artículos para prohibir el film. Alemania era un mercado demasiado jugoso como para perderlo. Muchos de los distribuidores eran de origen germánico, y tenían miedo a las represalias que pudieran cometer sobre sus familiares en el Tercer Reich.

Dentro mismo de América había grupos favorables al nazismo. Admiraban a Hitler, un hombre que había levantado a toda una nación hundida económica y moralmente después del desastre de la Primera Guerra Mundial, colocándola de nuevo en primera línea, junto a las potencias más poderosas. La política de Roosevelt pre-Pearl Harbour era la de mantener una neutralidad, que sólo rompió en el momento del embargo de petróleo a los japoneses. La Comisión Dies mantenía este aislacionismo y vigilaba con lupa a todo actor que expresara su favor por la causa aliada, o simplemente que ayudara a los niños republicanos españoles. Ni tan siquiera cuando los bombarderos nazis sobrevolaban el cielo de Londres, la Comisión Dies cejaba en el empeño de calificar de antiamericana cualquier producción que cuestionara la guerra, por el peligro de que se alinearan con el comunismo, el fantasma rojo.

Y en esto, Chaplin anuncia que su próxima película será una burla a los dictadores.

Adenoid Hynkel, con el Google Earth de la época.
 Hay que reirse de los dictadores. Los dictadores son cómicos. El público de la Francia ocupada se reía cada vez que Hitler aparecía en pantalla, cuando gesticulaba ridículamente o se limpiaba la mano después de haber saludado a Mussolinni. Precisamente en este encuentro entre los dos máximos representantes del fascismo Chaplin articula los momentos más brillantes de El Gran Dictador. Los encuentros entre Hynkel y Napaloni son puro vodevil, pura parodia feroz que por momentos parece hasta irreverente. El propio Chaplin declaró tiempo después que, de haber conocido los horrores de los campos de concentración, nunca hubiera rodado una comedia sobre el nazismo. Ése es el valor de Chaplin y de esta película, ser contemporánea del horror, y dar un mensaje de esperanza en un momento de derrota. De esperanza en la humanidad, en la misma humanidad que ocultaba un genocidio. Un discurso cándido, un discurso de un artista ajeno a cualquier tipo de servilismo ideológico, inocente y puro, en el momento preciso e independiente de cualquier interés personal.

En mi opinión, El Gran Dictador no alcanza los momentos de inspiración infinita de La Quimera del Oro, ni la precisión metafórica y crítica de Tiempos Modernos. Pero sí se convierte en la más necesaria en su imperfección, por su valentía y por mostrar lo que nadie se atrevía a mostrar. En contrapartida, películas como La Vida es Bella o El niño con el pijama de rayas quedan en las antípodas de la moralidad. La frase en la que Godard denuncia la "ausencia del cine en los campos de concentración" toma un paréntesis en Chaplin. Chaplin sí estuvo contra el fascismo, y estuvo en el momento en que éste era más poderoso.



Raúl Lorite 

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