miércoles, 1 de junio de 2011

Tiempos Modernos - Charles Chaplin




Superado el ataque de nervios que le hizo abandonar la fábrica vía ataque de amok, con dos llaves inglesas en ristre, Charlot sale de la clínica dispuesto a tomarse la vida con más tranquilidad. Un camión cruza delante de él y, debido a un bache, pierde una bandera roja que portaba en el remolque. Charlot, servicial, la agita para llamar la atención del conductor y poder así devolvérsela. Sin saberlo, está liderando una marcha sindicalista en defensa de los derechos de los trabajadores. La policía carga contra ellos, y meten en la cárcel a Charlot, por comunista.



Chaplin siempre fue un sospechoso. De antiamericano, de anarquista. Sospechoso de revolucionario y comunista. Cuando trató de visitar Rusia para entrevistarse con Lenin, en sus palabras “porque todas las ideas nuevas me dan curiosidad”, el implacable Hoover trató de impedirle el regreso por todos los medios, la prensa de Hearst se le tiraba al cuello. Chaplin nunca se entrevistó con Lenin, pero fue sospechoso toda su vida.


 
La primera vez que vi Tiempos Modernos fue en el colegio. No recuerdo si en clase de Ética o de Historia. A alguien se le ocurrió que a treinta futuros delincuentes y perdedores les iba a entretener una película de hace sesenta años. Acertó en una secuencia. A todos nos impresionó, y creo que alguno vio su vida en flash-forward,  cuando Chaplin equivoca la sal por la cocaína en los comedores de la prisión.

Ese anarquismo en Chaplin se manifestó en su reniega inicial[1] del cine sonoro, primero con City Lights (1931) y después con Tiempos Modernos (1936). Esa aparente rebeldía no era más que la defensa de un estilo, el suyo, que había perfeccionado con no poco sudor y el rechazo a que fuera la tecnología la que marcara su propia evolución.  No nos es tan lejano. Ahora que los gurús del gusto marcan que el cine en 3-D es el futuro, debemos mantenernos rebeldes ante nuestro propio estilo, sin que los mercados marquen el ritmo de la creación. O si no tenemos más remedio, pervirtámoslo desde las entrañas. Toda voz que se escucha en Tiempos Modernos proviene siempre de aparatos electrónicos, altavoces, radios. Y la única ocasión en la que se escucha a un personaje, el propio Chaplin, lo hace en un idioma ininteligible, mezcla de francés e italiano, esclavo del lenguaje madre, la mímica[2]. 
 
 
 Raúl Lorite

[1] Después doblaría los intertítulos de La quimera del oro; vendría el famoso discurso de El Gran Dictador y rodaría una película como Monsieur Verdoux, totalmente hablada.
[2] Esta magistral secuencia recuerda los orígenes de Chaplin: el vodevil.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

No entiendo como esta entrada no está repleta de comentarios, es perfecta.

Aún hoy, Chaplin sigue sorprendiéndonos con alguna escena en cualquier película. Sea de nuestro gusto o no, no deja indiferente a nadie y por eso seguirá viviendo eternamente en la historia del cine y de la evolución del pensamiento.

Un saludo

Unknown dijo...

Bueno, es que me leen muy pocas personas, pero todas buenas.

Ahora en serio, de Chaplin hay una cantidad ingente de estudios y libros sobre su vida y su obra. Es imposible escribir algo distinto o mejor. Tan solo las impresiones que a uno le provoca sus películas puede considerarse distinto. Muchas gracias por tu comentario y espero que sigas visitando el blog de tanto en tanto.

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