Las secuencias musicales de Dong (The Hole, 1998) son como un oasis en el claustrofóbico mundo urbano visto por Tsai Ming-Liang, funcionan como los apartes del teatro, para explicar al público sentimientos o anhelos de los personajes. Son sorprendentes, porque ni yendo bajo aviso los esperas. He escogido éste por la gracia que tienen los personajes, que llegan a parecer un cartoon al ritmo de la música de Grace Chang. Éstos paréntesis humanizadores en un cine tan implacable como el de Ming-liang (aunque esta película acabe con un hermosísimo plano esperanzador, nada que ver con el durísimo de Vive l´amour) se vieron sublimados por los de El sabor de la sandía. En verdad no sé si fueron sublimados, pero mi subconsciente me ha sugerido esa palabra. Algo de razón habrá en ello.
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