jueves, 30 de septiembre de 2010

La Quimera del Oro - Charlie Chaplin


En 1925 Charlie Chaplin ya era la persona más conocida del mundo. La última película que había realizado era el drama Una mujer de París (1923). En casa de Mary Pickford y Douglas Fairbanks pudo observar una serie de fotografías de Alaska, donde una enorme hilera de buscadores de oro se adentraba entre la nieve del paso de Chilkoot. Esa imagen le impresionó tanto que, después de leer un libro sobre la fiebre del oro y las tragedias que sufrían algunos mineros (casos de canibalismo al quedar aislados en la nieve durante semanas), decidió escribir un guión sobre un vagabundo solitario y sus peripecias como buscador de fortuna. Hay que decir que The Gold Rush fue la primera película de Chaplin en tener un guión detallado antes del rodaje.


 La imagen que impactó a Chaplin, la hilera de mineros que
recreó en los primeros planos de la película.



A mitad de rodaje, Chaplin se vio envuelto en un escándalo (uno más). Había dejado embarazada a una joven actriz de 16 años, Lita Grey. Para no levantar sospechas, se casó con ella. Lita Grey era la actriz protagonista de La Quimera del Oro, pero por causa de su embarazo, se tuvo que rodar de nuevo todas sus escenas con una nueva actriz, Georgia Hale. El matrimonio fue una completa farsa, y Chaplin aprovecho este rodaje y el siguiente, El Circo, para alejarse todo el tiempo que pudo de su casa.

 Lita Grey

Como ya dije al principio, Chaplin era la persona más conocida del mundo. Eso le suponía unos privilegios en la producción que otros ni siquiera soñaban. Por ejemplo: Chaplin podía pensar. Podía acudir al set de rodaje, en unos decorados que reconstruían todo el pueblecito nevado, y sentarse a pensar la escena. No importa el dinero que costara tener a los numerosísimos miembros del equipo parados durante horas, e incluso días. Lo de Chaplin era un lujo.

Pero a diferencia del drama, la comedia es un sofisticado mecanismo de precisión absoluta. Nada debe faltar y nada debe sobrar, un solo gramo de más o de menos daría al traste con el efecto cómico, que debe ser de una pureza casi alquímica. Y sí tienen mucho de alquimistas los que se dedican a la comedia, al transformar elementos innobles como la banalidad, el tedio, la desgracia, el orden establecido o el poder dominante, en el más preciado de los materiales humanos. La Quimera del Oro podría ser uno de esos manuales esotéricos que desvela la búsqueda de la perfección cómica, camino al que Chaplin y tantos otros dedicaron su vida, refutando a Aristóteles cuando postuló que la comedia provoca hilaridad “porque los personajes son peores que nosotros”. 

 
Extraordinario efecto en cámara del operador habitual de Chaplin, Rollie Totherot.

La presentación del personaje de Chaplin en esta película es significativa. El vagabundo aparece filmado por detrás, silueteado en la nieve, e inmediatamente sabemos que es Chaplin por su característico atuendo, impropio de un paraje helado, y por su forma de caminar. No necesita más, ni siquiera mostrar su rostro con otra de sus características, el bigote. Lo reconocemos casi al mismo tiempo que aparece, porque es una imagen icónica, y ese reconocimiento inmediato provoca la risa, porque sabemos, lo hemos comprobado muchas veces, que Chaplin es imprevisible. Justo al momento de pensar esto, a punto está de trastabillarse y caer por un precipicio.

Los objetos, como en un número de prestidigitación, se transforman en otra cosa. Cambian su naturaleza, la función para lo que han sido creados, por otra bien distinta. Como si abandonaran la tradicional concepción que culturalmente se les ha dado, por una nueva vida en las manos del cómico. La secuencia canónica de lo que digo es la del baile de los panecillos. Pero también una vieja bota puede transformarse en un jugoso asado para el día de acción de gracias, o un bastón puede servir de sujeción para unos pantalones demasiado anchos. La alquimia que nombraba antes, en esta fiebre del oro, es la búsqueda de la pureza cómica, un filón difícilmente alcanzable.

 Famosísima escena del baile de los panecillos, a la que me refiero
en el párrafo de arriba. Escena que Chaplin imitó, pues se la había
visto hacer a Roscoe "Fatty" Arbuckle en una de sus películas.


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