sábado, 24 de julio de 2010

III

Conocí a J. antes de que fuera M.

No, he empezado mal, porque el lector no sabe qué es J. y qué es M. O mejor dicho, quién es J. y quién es M., porque es evidente que son personas, pero nada más puede saber. Las mayúsculas no entienden de sexos, ni de edades, y no tienen en el mayor de los casos el carisma necesario para ser personajes complejos. No, es absurdo lo de las iniciales, como si ocultaran a delincuentes (¡lo que es más absurdo aún! "El acusado, que responde a las iniciales V. L. ha degollado a su pareja en su propio domicilio"). Las iniciales no pueden asesinar, a lo sumo pueden esconder a delincuentes y a personas sobre las que se escribe. Pero ni J. ni M. son delincuentes, y no estoy por la labor agotadora de esconder a nadie. También, en este ánimo de camuflar identidades, podría utilizar otros nombres. Pero es que todos los nombres que se me ocurren tienen su equivalencia en personas reales que conozco, y no quiero que haya malentendidos. La única que se me ocurre es Bernarda, pero no creo que a M. le guste ese nombre. Así que obviemos iniciales y pseudónimos, respetemos a los lectores, y contemos la historia con nombres reales.

Conocí a Margarita en la terraza de una cafetería. Estaba allí con dos amigos cuando Margarita, la camarera, nos sirvió lo que pedimos. Al principio no supe que se llamaba Margarita, eso lo supe después, cuando pregunté a Jorge la razón de por qué nos había saludado tan efusivamente. "Claro Luc, ¿no te acuerdas de Margarita?". La volví a mirar cuando se alejaba y noté que había algún rasgo familiar, un ligero qué sé yo que me recordaba a alguien. Pero el nombre no, en absoluto. "¿Margarita?, no conozco a ninguna Margarita". Mis dos amigos insistían en que sí, en que la conocía. "Iba al colegio con nosotros". "Te juro que no caigo, aunque... me suena de algo, no sé si la cara o los ojos..." A Jorge empezaba a divertirle el asunto, le veía disfrutar con mi cara de desconcierto. "Y para más detalle, iba a nuestra clase". Eso ya era imposible. "Recuerdo perfectamente a todas las personas que iban a nuestra clase, y no hubo ninguna Margarita". "Te digo que Margarita iba a nuestra clase, ¿todavía no caes en quién es?". "¿Cómo voy a caer? No había ninguna Margarita en nuestra clase". "¿Pero te suena de algo, no? ¿Te suena la cara?". "Sí, si lo peor de todo es que me recuerda a alguien, pero no caigo". "Te estoy diciendo que te suena del colegio, que iba a nuestra clase". Volví a mirarla y casi me creí que fuera a nuestra clase. Pero no podía ser. Repasé mentalmente la orla con las fotos de toda la clase, la listas con nombres y apellidos que, después de 10 años de convivencia, te aprendes mejor que las tablas de multiplicar. No existía ninguna persona que se llamara Margarita, estaba convencido, y aún así me devanaba los sesos intentando recordarla. Mis amigos me miraban divertidos. "¿Quieres otra pista?" Qué cabrón. "Te la daré, Margarita jugaba muchas veces con nosotros al fútbol, en el recreo". "¿Al fútbol?". Algunas veces las chicas jugaban con nosotros, sobre todo cuando éramos más mayores. Las hormonas empezaban a colear. Pero no era muy habitual, porque éramos muy bestias y nuestra manera romántica de expresarle a una chica que nos gustaba era coserla a balonazos. "Ahora sí que me has jodido, las chicas jugaban a veces con nosotros". "Ajá". "Pero solían jugar a balón prisionero". "Sí, Margarita también jugaba a balón prisionero". Empezaba a ponerme nervioso la situación. Reconozco que los enigmas me atraen, pero siempre que no me dejen por idiota. Llegué a la conclusión que Margarita fue una persona que no dejaba mayor huella, al menos en mí. Como una de esas personas mediocres que pasan por tu vida y jamás te acuerdas de ellas hasta que un día te cruzas con una por la calle y te pregunta "¿Te acuerdas de mí?" "No, coño, ¿cómo voy a acordarme de ti si no fuiste nada, si no eres nadie?". En este momento recuerdo a varias de esas personas, pero no recuerdo a Margarita. Ellos lo sabían. "¿Quieres que te diga de qué la conoces?" Jorge estaba disfrutando de lo lindo, con ese poder que te da el saber algo que la otra persona no sabe y se muere por conocer, tiene alma de torturador. "Sí, hijo de puta, quiero que me digas de qué conozco a Margarita y cómo es que iba a nuestra clase". Jorge respondió del tirón: "Antes se llamaba José Antonio".

No volví a abrir la boca esa tarde.


Raoul Lorite


1 comentario:

Toni dijo...

Curioso... hace poco leí algo sobre la historia de Herculine Barbin, que investigó Foucault.

Divertida y tensa esta historia de Luc.

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