jueves, 13 de septiembre de 2007

La promesa de Shanghai

Existen una serie de obras cinematográficas que, por distintos avatares del destino (maldito, cruel), perviven en papel y no en celuloide. Pero, quizá por la condición del autor, algunas de esas obras contienen en sus páginas una naturaleza en la escritura puramente visual y, por añadidura, puramente cinematográfica. Un lector curtido en el lenguaje cinematográfico no le costará imaginar planos, sonidos y encuadres mientras se deja llevar por la vida de la Barcelona de post-guerra.

Y en aquella Barcelona, mitad documentada mitad imaginada, Víctor Erice va creando una historia inspirada en la obra de Marsé, El embrujo de Shanghai, y en la estupenda película de Josef von Sternberg de mismo título. La evocación de un Shanghai anhelado, soñado por el recuerdo de un padre ausente, tiene curiosa relación con el sur anhelado, debido a cortes en la producción, en la extraordinaria El Sur.

Basta cerrar los ojos cada tarde, al escuchar las campanadas de las 6, para que Susanita viaje hasta Shanghai, donde se encuentra su padre, famoso guerrillero republicano. Y basta cerrar los ojos para recorrer las calles de una Barcelona que comenzaba a resurgir tras la guerra, para observar la figura de un soldado republicano muerto bajo un manto nevado, y para vivir esa ilusión que provoca el amor al arte cinematográfico que brinda Víctor Erice, ese "eterno adolescente" que tan justamente describía Serge Daney.

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